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Hace falta más Lorca en la vida

por Sandra Comisso / Clarín

«¿Por qué me miras así? Tienes una espina en cada ojo».

¿Hay algo que pueda ser más contundente que esa frase? Bodas de sangre es una manifiesto de la pasión más profunda y tremenda. Federico García Lorca no tenía miedo a hundirse en las profundidades más oscuras y dolorosas del sentimiento, cualquiera que fuese. Del amor al odio, de la locura al encierro, del pavor a la poesía, del desenfreno a la muerte, él recorría todo con las palabras como armas certeras.

Esta columna es una reivindicación de esa profundidad, de esa densidad que tienen sus obras, que arrastran al que está del otro lado (sea lector o espectador) como una rama frágil llevada por una ola voraz. No hace falta, para el que lo conoce, para el que lo siente, enumerar las virtudes de Lorca. Pero sentí la necesidad de volver a repasar su maravilloso (y también tremendo) mundo después de asistir a una función de Bodas de sangre, interpretada por un elenco argentino-español, y que dirige Marcelo Caballero (también actúa y no llega a los 30 años. Una prueba de que la edad no es nada más que un número).

Lo que sucede en la oscuridad de la sala, con esas palabras retumbando en las paredes, con la sangre de utilería y las lágrimas verdaderas, con los taconeos y lamentos flamencos a unos pasos de distancia, es como si un tsunami se metiera en el escenario, como si un volcán echara lava sobre los espectadores. ¿Exagerado? ¿Subjetivo? Seguramente. Pero ¿cuándo las cosas son de otra manera frente a un hecho artístico?

Dejando de lado las represiones y mandatos sofocantes que rodearon al propio Lorca y a los cuales defenestró con tanta belleza como ferocidad, el mundo lorquiano es la antítesis de nuestro alcalina y descolorida actualidad (llena de productos para desinfectar). Vivimos rodeados y regodeados de lo frugal, lo light, lo diet, lo careta, lo efímero, lo pasajero, lo virtual.

Son noticia relaciones que terminan antes de empezar, sentimientos agarrados con alfileres, pero alfileres de plástico. Parece que el foco de la vida no puede pasar la barrera de lo superficial; de lo que se ve a simple vista (llámese abdominales, siliconas, tatuajes, cirugías) da terror indagar, decir las cosas desde las entrañas, ahondar en lo más profundo de lo humano. Todo lo que Lorca pone de manifiesto y que llega como una cachetada hasta las butacas. Hay que bancárselo, pero lo recomiendo como un maravilloso ejercicio de catarsis. Si no te conmovés con eso, no te conmovés con nada.

https://www.clarin.com/espectaculos/teatro-federico-garcia-lorca-bodas-sangre-marcelo-caballero-metdodo-kairos-teatro_0_Syv1-Q9w7l.html

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