por Muriel Mahdjoubian / Todo Teatro
Marcelo Caballero es director, autor y docente, y uno de los nombres más versátiles de la escena teatral porteña. Su recorrido va del musical a la comedia, del trabajo con niños a espectáculos para adultos, siempre con un sello propio: intensidad, honestidad, juego y la certeza de que el teatro es, ante todo, un diálogo vivo con el público.
Desde el mar de aplausos de La Sirenita (que co dirigió con Ariel del Mastro) hasta las orillas del off, navega con talento y versatilidad. La obra Tick, Tick… Boom acaba de bajar de cartel, pero Chanta sigue firme en el Teatro Metropolitan con Agustín Rada Aristarán, como protagonista y prepara varios proyectos.
-¿Cómo fue la experiencia de una producción tan impactante como La Sirenita?
-Fue una locura desde el principio. Todo empezó en 2019, cuando me llamaron para hacer La Sirenita. Yo venía de trabajar en Aladdin, y me propusieron concursar para la adaptación de la obra, además de la dirección de actores junto a Ariel del Mastro. Nunca había adaptado un material así, y menos con los estándares de Disney. Junto a Juan Pablo Schapira presentamos nuestra propuesta y nos eligieron. Quedamos y empezamos a tomar conciencia de lo que se venía: una obra con personajes muy instalados en el imaginario colectivo, como Ariel, Úrsula o el cangrejo Sebastián, y con expectativas altísimas. Fue un gran desafío.
-¿Cómo encararon esa adaptación?
-Uno de los primeros temas que nos tocó trabajar fue Part of Your World, que en castellano se conocía como Parte de tu mundo. Cuando leí la letra en inglés, descubrí que el sentido era muy distinto a la traducción de la pelicula original. En inglés, la canción hablaba de identidad, de ser quien uno es, conceptos muy potentes que en Argentina resuenan por nuestra historia. Eso fue la llave: nos dimos cuenta de que había en el material una historia más profunda, que nos interpelaba. No era solo una princesa que deja su voz por un hombre; era una joven que entrega lo más valioso que tiene para ser quien es. El príncipe es apenas el detonante.
-La temporada fue corta, pero muy exitosa.
-Sí. No pudimos reponerla porque La Sirenita exigía levantar el escenario del teatro, y la programación no podía convivir con eso. Fue un éxito inesperado: mucha gente se quedó sin verla. Cuando nos dimos cuenta de lo que estaba pasando, ya estaba todo programado. Y así quedó, con sabor a leyenda, porque no la vimos “morir lentamente”, como suele pasar. Al contrario: cada función tenía más público que la anterior, y las últimas fueron a sala colmada. Fue un récord. Sin planearlo, superamos el número que tenía Casados con hijos: pasamos los 200.000 espectadores en 93 funciones, el máximo que hizo un mismo espectáculo en el Gran Rex. Fue histórico.
-Vos trabajás mucho con espectáculos para chicos. ¿Qué te atrae de ese universo?
-Me gusta hablarles como a mí me hubiera gustado que me hablaran de niño. Vengo de una familia muy ligada al teatro: mi mamá es actriz y directora de Cultura en Marcos Juárez, Córdoba. De chico era el primer espectador de sus ensayos, porque me llevaba con ella a trabajar. Eso marcó mi manera de mirar el escenario y decidir que ese sería mi lugar. Y recuerdo que, aunque me encantaba ir al teatro, muchas veces sentía que me hablaban “como a un tonto”. A los siete años pensaba: “Esto es para chicos más chicos”. Ese respeto hacia la inteligencia de las infancias es clave para mí. Creo que hacer teatro para chicos es tener entrenado el diálogo con ellos. No hay otra forma, tenés que habitarlos como pares, entender qué les divierte, qué los conmueve y qué los desafía. Y no subestimarlos nunca.
–Sumaste experiencia trabajando y dirigiendo elencos con niños, como en Matilda y School of Rock. ¿Qué aprendiste?
-Fueron dos años seguidos trabajando con chicos. Para mí fue un redescubrirme y recordar por qué elijo el teatro. Cuando los veía en escena, me acordaba de cómo miraba yo el escenario a su edad. Claro que fue agotador: en Matilda, por ejemplo, había tres actrices que se rotaban el papel y ensayábamos la misma escena una y otra vez. Llegaba un momento en que decíamos “¡basta!”. Pero el resultado fue muy gratificante y que valió la pena.
–Es muy ecléctico tu trabajo, pasas de dirigir infantiles, a trabajar con Agustín “Rada” Aristarán. ¿Cómo es ese cambio?
-¡Agustín es un chico más! Hace siete años que venimos compartiendo proyectos: Matilda, School of Rock y ahora Chanta. Con Rada hay mucha confianza. Ensayar con él es como salir a jugar con un amigo, mate de por medio, charlamos, probamos cosas, volvemos a charlar. Es muy lúdico y eso es clave para su tipo de humor y en el modo que a mí me gusta crear.
-¿Cómo nació Chanta?
-Rada me trajo un texto de Mariano Cohn y Gastón Duprat y me dijo: “Quiero que lo dirijas vos”. Ni lo había leído y ya le dije que sí. Después lo leí y pensé: “¿Cómo vamos a hacer esto?”. Era un texto muy cinematográfico, así que jugamos mucho para adaptarlo al teatro. Los autores nos dieron mucha libertad para hacer nuestro viaje.
-La obra tiene mucho humor, pero también un trasfondo más profundo.¿ Cómo fue congeniar eso?
-Sí, empieza siendo muy lúdica y, a medida que avanza, te das cuenta de que lo que se está diciendo no es nada gracioso. Te reís del espanto, pero también lo reconocés en gente que conocés: un tío, un vecino, un compañero de trabajo. Por eso decidimos trabajar con un tono más exagerado, casi onírico, para que el espectador pudiera tomar distancia y, al mismo tiempo, identificarse.
-¿Vas siempre a ver las funciones?
-Sí, voy todo lo que puedo. Me siento entre el público y voy tomando notas. No me gusta dejar que la obra se acomode sola; prefiero seguir ajustando, porque cada función es distinta según el público. Hay noches en que la gente es más expresiva y eso arrastra a todos, y otras veces en que es más frío. Para mí es importante estar ahí y tener apertura con los actores para decir: “Hoy no estuvo tan bien” o “Esto funcionó perfecto”.
-En tu trabajo se nota un cuidado especial por el movimiento y la puesta visual. ¿De dónde viene esa búsqueda?
-Curiosamente, no viene de la danza, sino de mi pasado como militante político. De chico, milité en una organización que me dio la posibilidad de viajar a Alemania. En Berlín conocí el trabajo de la Berliner Ensemble y entendí que mi forma de militar no era desde un partido, sino desde el cuerpo. El lenguaje del cuerpo es mi manera más honesta de expresarme.
-¿Cómo se traduce eso en escena?
-Mis obras suelen ser expresionistas. No me interesa la actuación mimética ni el naturalismo puro; como espectador puedo apreciarlo, pero no en mis montajes. Me gusta trabajar personajes “de trazo grueso”, que su cuerpo diga lo que piensan, incluso aquello que no mostrarían.
También le das mucha relevancia a la luz y la música.
-Sí, todas mis obras tienen una puesta de luces muy pensada y música que acompaña la construcción. Aunque no sea un musical, la música siempre está presente como elemento narrativo. Uso colores intensos, luces que marcan estados, porque para mí el teatro es un espacio de discusión apasionada, no contemplativa. Prefiero repetirme antes que caer en la tibieza.
-¿Qué proyectos se vienen?
-Hasta noviembre seguimos con Chanta. El año que viene nos metemos de lleno en Charlie y la fábrica de chocolate, que será la gran apuesta de las vacaciones de invierno. Y otras cosas más que aún faltan confirmar.
–Son proyectos muy distintos entre sí. ¿Te identificás más con alguno?
-Me gusta esa convivencia de mundos bien distintos. Tener varias paletas en la cabeza hace que las obras se retroalimenten.
-¿Cómo elegís un elenco?
-Depende del texto. A veces hago audiciones, otras veces voy directo a ciertos actores que ya conozco. Me gusta tener un elenco con el que podría salir de joda y hablar de cualquier cosa, pero que al ensayar mantenga el respeto por los roles. También hay factores prácticos: como la notoriedad que un actor puede darle a una obra, sobre todo en el musical, que es costoso y difícil de sostener. En La Sirenita todos, absolutamente todos, audicionaron para sus roles.
-Además de dirigir, seguís dando clases. ¿Qué te aporta esa faceta?
-Tengo mi espacio, Laboratorios Escénicos, que funciona de manera itinerante y también en El Galpón de Guevara, doy seminarios de actuación, investigación y montaje. Me encanta dar clases. El director, el autor, el docente, cada faceta aparece en momentos distintos. El autor es más disperso, el docente investiga todo el tiempo y el director tiene una mirada muy activa sobre los actores. Doy la vida en cada proyecto. Esa pasión tiene que ver con mi pasado político, con mis creencias y valores. Yo siempre digo que el teatro es mi mejor lenguaje.

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