por Diego Avalos / A SALA LLENA
Lo quiero ya! obtuvo en la última entrega de los premios Hugo al teatro musical dos importantes estatuillas de sus siete nominaciones: Mejor Musical Off y Mejor Director Off. Pocos días antes, A Sala Llena tuvo un encuentro con su creador y una de sus protagonistas. En una charla donde sobrevolaron ansiedades, risas y reflexiones, pudimos acercarnos a una de las propuestas musicales más originales de la temporada. Una obra con una mirada tan dura como divertida de unos tiempos tan virtuales como reales.
¿Cómo empezó a gestarse Lo quiero ya!?
Marcelo: Empezó de las ganas de juntarse entre amigos para hacer un proyecto. El elenco que protagonizó el año pasado había hecho el Cast Telefé y tenían ganas de hacer algo juntos, así que llamaron a un equipo externo a ellos para hacerlo. Ahí entramos en la jugada Marina Paiz en coreografía, Juan Pablo Schapira en la música y letras y yo en la dirección. No nos conocíamos entre nosotros, fue como una unión mágica, los mismos chicos del elenco nos fueron recomendando. Nosotros después sumamos a Martín Goldber para que nos ayudara con el libro. Hicimos la primera temporada y tuvo una muy buena aceptación. Continuamos con la obra y con la continuidad vinieron muchos cambios, reestructuraciones, ajustes, mucho ensayo y mucho tiempo. Y eso mismo nos empujó a cambiar el elenco. Ahora es la tercera temporada.
Cuando se juntaron, ¿por qué eligieron el tema que tratan con la obra y no cualquier otro?
Marcelo: El elenco original tenía desde el comienzo la idea de hablar de la ansiedad. Nosotros nos sentamos a investigar y a jugar con ellos, indagamos en sus preguntas, en sus inquietudes. Y en ese proceso nos encontramos que coordinar ensayos era imposible, que llegar a horario era complicado, que encontrarnos para escribir era quijotesco. Dijimos: “Bueno, el germen está ahí, en cómo vivimos en esta ciudad, donde todo es complicación, donde hay muchas ventanas abiertas al mismo tiempo y alcanzar cualquiera es toda una aventura.” Vos pensá que yo vengo del interior. Soy cordobés, viví mucho en Rosario y hace diez años que vivo acá. Y me vine con sueños simples que se me fueron complejizando, con objetivos básicos que cada vez fueron más grandes. Y de golpe te encontrás con siete trabajos al mismo tiempo, corriendo para dar clases, con otro mundo del que te habías imaginado.
¿Vos viniste a Buenos Aires para ser actor o director?
Marcelo: Vine en la búsqueda. Yo había dirigido en Rosario pero también actuaba. Estaba entre las dos cosas. Fue el mismo devenir de las actividades y de los proyectos el que me fue inclinando más para la dirección. Aunque cuando un proyecto me gusta mucho, voy y actúo, hago mi apuesta. Pero la dirección es lo que amo y lo que más me gusta hacer. Es donde me siento más cómodo.
¿Por qué fueron modificando tanto de una temporada a otra?
Marcelo: Es una obra coral. Entonces empezamos primero a delinear los personajes y los personajes nos fueron pidiendo más, nos fueron exigiendo. Y eso hizo que la obra se ramificara tanto que en un momento hubo que acotarla para que contara nuestra idea primaria. No queríamos dejar una moraleja, pero sí que estés en la butaca y te digas: “Ah, bueno, así vivo…” La obra busca eso. No te enseñamos nada porque no creemos que haya nada que enseñar. No creemos que haya una forma de escapar de la vida en la gran ciudad. Creo que individualmente uno puede encontrar sus formas de fuga de esta realidad en la que estamos casi de manera obligada. Pero escape real, no hay.
Lo quiero ya! es la historia de 12 personas sumergidas en la rutina enloquecedora de una gran ciudad. Estas personas tienen algo en común: una conexión que bordea lo obsesivo con sus celulares. En ellos hay una aplicación desde la cual una suerte de asistente personal les dice que tienen que hacer y decir para poder alcanzar sus metas y soportar la presión diaria. El día que el asistente desaparece la contención se cae. ¿Cómo sobrevivir al mundo y a uno mismo en medio de una desesperación cada vez más creciente? Así se convierte Lo quiero ya! en un grito por una necesaria y descontrolada liberación.
La obra es como un friso, como una gran pintura. Se cuenta al mismo tiempo la vida de varios personajes pero la cuestión pasa menos por la evolución de una historia que por la mostración de un estado angustiante.
Marcelo: A mí me sucede que tengo una conexión mucho más fuerte con el teatro conceptual que con el teatro narrativo. Me gustan más esas ideas. Y si bien hice teatro narrativo, aún cuando lo haga manejo más procedimientos de teatro conceptual. Por ejemplo, me gustan los actores en escena todo el tiempo, me gusta el trabajo constante del actor. Me gusta que se vea la fábrica, que se vea el teatro. Que la fantasía se termine de contar a través del ambiente que elegimos para contar la historia, no solamente por la historia misma. Me fascina la tramoya. En Lo quiero ya! cuando terminamos de escribir el libro, esa idea de estar todo el tiempo en escena, del laberinto y del juego, no estaban. Pero el devenir de la obra lo fue pidiendo. Era la forma más clara de contar la locura de la ciudad. Es el Pac-Man que armamos con la escenógrafa como metáfora de lo que es vivir en una ciudad: sos un bicho que corre comiendo todo el tiempo y que escapa de fantasmas, que no sabés que buscás y lo único que conseguís cuando terminaste de comer es pasar a otra pantalla exactamente igual, con los mismos fantasmas, un poco más complicada, pero que no tiene salida, que no te lleva a ningún lado, que no te da ningún premio. ¿Dónde estamos yendo? Así es como terminamos poniendo a los 12 actores corriendo sin parar, alcanzando objetivos, escapando de sus propios fantasmas, y llegando al final del día queriendo explotar. Sabiendo por supuesto que al otro día se van a levantar para volver a repetir toda esa misma locura.
Cualquiera que escuche esto puede decir: “Estos no son artistas, son empleados de fábrica que trabajan catorce horas seguidas”. ¿Vos Lala te reconocés en esa misma problemática de la angustia y la ciudad?
Lala: Me reconozco, claro. Hoy día trabajo de lo que amo. Antes no. Y me reconozco en los dos lados. No es que termina la angustia por hacer lo que uno quiere. Yo soy una apasionada de lo que hago, pero en el ritmo y en la neurosis eso no cambia. Es más, se intensifica, me vuelvo mucho más exigente con las cosas que hago. Quiero que salga excelente, y por eso es más alta la exigencia.
Entonces en hacer lo que a uno le gusta tampoco es la felicidad.
Lala: No sé qué es la felicidad… (piensa y de pronto se ríe) La chica se ponía existencialista (risas). Pero hay un cambio. Hay un sentido de la vida. Es subjetivo, pero a mí me sucedió. De todas maneras hay un modo de llevarlo a cabo que sigue siendo el mismo laberinto, pero con carita de teatro en vez de con caritas de perfume, que era lo que vendía antes.
¿Es tan angustiante dedicarse a lo que a uno le gusta?
Marcelo: Lo que es angustiante es el lugar donde lo hacemos. La ciudad. El sistema. Es como elegimos vivir, como estamos tan desorganizados. Yo particularmente creo que somos tantos queriendo alcanzar objetivos, que sin querer terminamos poniéndoles ruedas a los de al lado. Y terminamos siendo su fantasma. Es la presión del éxito. Esa palabra que la tenemos tan metida en la cabeza como objetivo principal y de alguna manera, en mayor o menor grado, lo terminamos tomando como propio. Así solamente está bien lo que el otro está haciendo y eso termina contaminando tu propio deseo, lo hace mutar, lo vuelve otra cosa por la que hacemos incluso todo lo que no nos conviene.
¿Y hay otra manera?
Marcelo: No lo sé. Creo que hay formas de escapar cada tanto y de salirte de tu vida para mirarla un poco de lejos. Eso trato de hacer yo por lo menos. Me aíslo para después poder volver al juego un poco más descargado. Es decir, tengo que seguir, no queda otra. Y ese es el momento más angustiante, cuando uno se encuentra con esa realidad. Y la acepta. Tengo que salir a jugar y matarme por esos papelitos que necesito para comprar comida, no tengo otra. Sigo en el Monopoly. O en El estanciero, para ser más argento. Eso es Lo quiero ya! Hacerlo lo más rápido posible para que te afecte lo menos posible.
Lala observa a Marcelo con suma atención. Asiente con cada una de sus palabras, susurra por lo bajo sus afirmaciones. Es una actriz totalmente compenetrada con su trabajo, con la obra y su director. La pasión teatral gira en el aire. Las risas no hacen menos serio el sentir de cada frase.
¿Vos Lala viste la primera versión?
Lala: Si, dos veces. Y me encantó. Me atravesó mucho la obra. Y la verdad es que no soy público concurrente de las obras musicales. Pero con esta obra me pasó que lloré, me reí, me atrevesó. Y para mí el teatro te transforma cuando te atraviesa. Cuando salgo de la sala y siento que no soy la misma. Recuerdo haberle dicho a Marcelo que sentía que le iba a ir muy bien a la obra, que era muy necesaria. Pero jamás se me hubiera ocurrido que iba a estar ahí dentro. Cuando me llamó Marcelo fue una gran sorpresa. Y un gran desafío. Nunca había estado en una obra musical. En el proceso del ensayo soñaba, tenía pesadillas con que no iba a poder. Fue todo muy nuevo. Estar pendiente de cuando entra la música, estar pendiente de las coreografías, estar pendiente de muchas más cosas de las que yo estaba acostumbrada.
Marcelo: Contá del primer ensayo.
Lala: El primer ensayo estábamos montando la coreografía y hacemos un corte. En eso viene una persona y me dice: “Tené cuidado porque acá nos estamos chocando”. Okey, okey, le digo, muy tímida. Y al ratito viene otra persona y me dice: “Che, escuchame, ojo en la coreo porque vos tendrías que agarrar por acá…” Y seguía. Llegó un momento en que me dije: “Basta, yo tengo que blanquear esto”. Y los reuní a todos y les dije: “Chicos, es la primera coreografía que hago en mi vida”. Todos se me quedaron mirando. Silencio mortal. Y después empiezan a decir: “¡Ah, ok, ok!” Pasé a ser la contenida del grupo. (Risas) Pero bueno, yo estoy asombrada de haber logrado todo lo que hice. Y de repente descubrir algo que me gusta. Y que no lo sabía.
¿Y vos por que la llamaste?
Marcelo: Yo creo que es un musical para actores. No lo pensamos nunca como un espectáculo virtuoso ni de canto ni de danza. Si tiene mucha música y coreos, pero que en realidad son lenguajes para poder contar lo que a ellos les está pasando. Los personajes están alienados, y todo eso se cuenta a partir de un actor que entiende lo que tiene que hacer. Todos en el elenco son gente que canta y baila muy bien, pero por sobretodo son actores. Y aunque este fuera el primer musical de Lala, yo la llamé porque sabía que me iba a poder representar como nadie la locura del personaje de Giselle. Estábamos con Martin Goldber, el coautor, y, literalmente, dijimos: “¿Quién para Giselle?” Nos miramos y la llamamos a Lala al momento. Yo a ella la conozco desde que hicimos Bodas de sangre. Es una actriz con la que yo disfruto mucho laburar. Primero porque nos entendemos… (Mira a Lala) Ahora no te ponga a llorar.
Lala: (Con los ojos húmedos) Bueno, si, perdón… (Risas)
Marcelo: Es una actriz muy generosa. Ella te da, te da, te da, y vos tenés para elegir. Como director entonces es muy sencillo trabajar con actores que no dejan de ofrecerte, que no tienen puesto el ego en el lugar del brillo, sino en la obra, en su personaje y en el conjunto.
Igual Lala, en todo el conjunto, destaca sola.
Marcelo: Si, claro.
Lala: Basta. Basta. Me da vergüenza…
¿Qué prejuicio te sacaste del musical?
Lala: Yo no soy prejuiciosa. Pero si que encontré cosas diferentes. Por ejemplo, con el musical gané mucha energía positiva. En el teatro de prosa hay algo más existencialista, que yo lo tengo, y que me hago cargo. Algo más denso, más grave. Y en el musical eso existe, pero también hay como un brillo especial, como una energía más para arriba, más a pecho. Y eso me encantó. Yo creí que eso era superficial. Y no lo es, en absoluto. Ese fue un prejuicio que me saqué. Vos pensá que mi obra favorita es Relojero de Discepolo. Yo necesito un libro que ya de leerlo diga: “Ufff, me mató”. Y esto a mi me mata, me conmueve, y al mismo tiempo no es un tango.
¿Para vos hay diferencia entre el musical y el teatro?
Marcelo: Para mí es teatro, que sé yo. Es como un subgénero, como hacer drama o comedia o tragedia o comedia musical. Es un género más. Yo no veo esa diferencia. Sí por supuesto a la hora de hacer, porque tiene encares diferentes, lenguajes diferentes. Pero no hay otra diferencia. Las diferencias están en cada director, en lo que tiene de lenguaje personal, en su forma de contar, en cómo pone en escena. Uno de mis directores preferidos es Ivo Van Hove, que te hace de Las brujas de Salem a Lazarus, el musical de David Bowie. Y con lo que hace cala siempre profundo. Por eso, no creo que haya diferencias. Para mi tiene que ver más con el prejuicio, pero un prejuicio de afuera. Ese público que en un musical pregunta: “¿Por qué se ponen a cantar?” En vez de dejarse atravesar por algo. Y puede que lo experimentes y no te suceda nada, como hay gente que el ballet no le provoca nada.
Lala: El teatro es muy personal.
Marcelo: Es una impresión y está bueno que así sea. Está buena la convivencia. Hay óperas que depende de cómo esté hecha la puesta en escena te pasa todo o no te pasa nada. No hay que poner el peso en el género.
Lala: Si, pero el mito teatral dice lo contrario. Eso existe.
Marcelo: Si, se lo creyó al musical como un género menor durante mucho tiempo.
Sucede que hay muchos musicales con libros muy interesantes que en vez de dar mayor preponderancia a los aspectos emotivos o de transformación de sus personajes, apuestan más a la destreza en el baile o en el canto.
Marcelo: Si, pero eso tiene que ver con la mirada de cada director, y que importancia le da a cada cosa. Hay espectáculos que la podés pasar maravillosamente bien y no te dejan nada. Y hay obras que te parten la cabeza. A mi uno de los espectáculos que más me movilizó fue La cuna vacía de Omar Pachecho. ¿Y dentro de qué género lo enmarcas? ¿Qué es eso? Son montones de áreas unidas con un objetivo. El autor sabrá lo que es. Pero para mí no es un condicionante.
Pero si vos ves un musical donde hay un actor sin un compromiso emotivo, ¿te quedás afuera? ¿Cómo director lo permitís?
¡No! Me ido reputeando de musicales, gritando: “¡¿Quién fue el que estuvo al frente de esto?!” Es cierto que existe la deformación profesional, te sentás y solo pensás en procedimientos. Preguntarse cómo una persona llegó a algo así. ¿Por qué? A veces esas respuestas las encontrás y son muy tristes.
Lala: Para mí lo importante es ver en el actor, en el género que sea, lo visceral. El cuerpo apasionado. Lo que me encanta de Lo quiero ya! es que si algo pongo es el cuerpo, todo el tiempo. Una continuidad, una música interna que está siempre encendida. Lo hermoso del teatro para mi es ver actores viscerales, en el género que sea. Poner el cuerpo, ponerse en riesgo. Lo correcto puede ser hermoso, pero a mí no me modifica. Y Lo quiero ya! en ese sentido me parece cero correcto.
Marcelo: Es cierto, el equipo entero se lanza en una búsqueda constante. Todo el tiempo estamos modificando, ajustando, y la energía de todo el grupo va hacia ese lugar. Eso nos alimenta, esa búsqueda quizás sea lo que nos evita la trampa de correr y de ser jugadores todo el tiempo.
Marcelo tiene una forma de expresarse muy segura y a la vez muy cálida. Tiene ideas firmes, pero las expresa con mucha delicadeza y buen humor. Es comprensible porque su elenco lo aprecia tanto, se ve en él a un verdadero líder positivo.
¿Cómo es Marcelo como director?
Lala: Tiene una disciplina del trabajo que amo. Los ensayos son de tal a tal hora, esto es lo que te tenés que aprender. Es exigente, no te deja pasar ninguna. Y eso lo agradezco, porque te hace estar en una búsqueda constante. Por eso todo el elenco está así también. Nunca va a decir: “Bueno listo, este es el techo”. No. Siempre vamos por más. Y yo soy así con mi trabajo a la hora de encarar un proyecto. Por eso creo que me encontré con un espejo en ese sentido. Y me encanta. Porque también es generoso. Te va a decir lo que está bien y lo que hay que modificar. Es un director con todas las letras.
Suena sano.
Lala: Si, olvidate. Todo es en pos de la obra y de tu crecimiento como actriz. Jamás pero jamás, y hace años que lo conozco, es capaz de indagar en un lugar molesto o doloroso de tu persona. El mundo teatral es un poco hostil. Pero en este caso no. Puro crecimiento desde un lugar de exigencia sana, que es para mí la mejor manera de crecer.
Marcelo: Algo que yo agradezco mucho al equipo es aceptar que nunca terminamos de entender bien la obra. Y eso es hermoso. Nos permitimos cambiar, agregar, sacar, correr. Decir: “Si, es esto lo que queremos contar, pero la obra tiene dos años, es un bebé, apenas si sabe caminar. Hay que seguir creciendo”. Y el elenco lo entiende, nos acompaña.
¿Y cuál es la devolución de la gente?
Marcelo: Nos sorprendió mucho. Nunca creímos que la gente nos iba a decir: “Me reí, lloré y me estoy yendo con una nube de ideas en la cabeza, no puedo dejar de pensar lo mal que estamos viviendo”. Hubo un chico que se me acercó y me dijo: “Estamos re locos, estamos muy mal de la cabeza y no nos damos cuenta”. Es el premio más grande que nos llevamos con la obra. Pensá que el foco fue pasarla bien con amigos, con gente que teníamos ganas de trabajar, y ya vamos más de 40 funciones, en poco más de un año, y pasan estas cosas, funciona el boca a boca y viene gente que la ve una y otra vez, ¡hasta nos mandan videos cantando nuestras canciones! Es hermoso, la gente se atraviesa con lo que uno hace, y eso se convierte en el alivio que uno necesita.
¿Y con la gente grande? Porque la obra es muy generacional.
Marcelo: Yo tengo un grupo de alumnos adultos mayores, y uno de ellos me dijo: “La verdad no me identifico con lo que pasa, pero sí me voy preguntando qué fue lo que hicimos mal para que nuestros hijos vivan de esta manera”.
Lala: Guau… Patada en el pecho
Marcelo: Si. Eso fue un montón.
Lala: Todo este mundo de las redes sociales es muy loco. Una vez una amiga me dijo: “Empecé a subir cosas malas. ¿Qué pasa? ¿Son todos felices?” No hay lugar para la constipación emocional. Es un lugar careta, nadie tiene un mal día, todo es perfecto. De hecho está comprobado que hay gente que ingresa a las redes y empieza a deprimirse al comparar su vida con las del resto. Es todo mentira, pero uno se la cree. Nuestros personajes se lo creen. Y por eso están tan atrapados.
¿Y que los diferencia a ustedes de los personajes? Ellos corren todo el día y son unos desgraciados, ni siquiera tienen un momento de tranquilidad.
Marcelo: Yo creo que están corridos en sus necesidades, en sus objetivos, en sus ganas. La vida los empujó done no quieren estar. Nosotros queremos estar acá.
Lala: Si, es cierto.
Marcelo: Nosotros queremos estar haciendo esto, aunque esto nos conlleve algunas angustias, algunas tristezas, algunos movimientos en falso.
Lala: Es como dice la canción final que cantan todos los personajes: “No quiero estar acá”.
Marcelo: Claro, los personajes no quieren estar ahí. Ellos están trabajando en trabajos que no los hacen felices. Quieren abarcar lo más posible para alcanzar el ideal de felicidad. Y no pueden. Es un espejismo.
Quizás ellos no lo sepan, pero con la misma obra están dando una posible solución. Por más de una hora un grupo de personas se reúne en un lugar tan especial como es un teatro y logran olvidarse del afuera, del ego y del celular. Muchas personas que pueden emocionarse por el dolor ajeno, reírse con libertad, disfrutar de buena música y soñar teatro. Compartir, conmoverse, estar. ¿No es eso la felicidad?
¿Qué les gusta del teatro chicos?
Lala: Lo increíble del teatro es que es de las pocas cosas que se generan en vivo y en directo, ahí, delante de tuyo, todo lo que está pasando está ahí, para vos, en ese momento. Es hermoso. Hay que vivir haciendo teatro.
Marcelo: La otra vez vi Christiane de Belen Pascualini, que es una obra hermosa, y al final ella dice: “Gracias por compartir este secreto conmigo”. Eso es el teatro. Un secreto que se comparte entre los que están, algo que sucede solamente en ese momento. Una realidad sin edición, sin filtros. Algo que solamente sucede.
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