PHOTO-2023-12-15-23-01-52

Una obra capaz de exorcizar fantasmas

por Daniel Souza / LA PRENSA

No es habitual que un autor y director de teatro tenga entre manos cuatro proyectos de gran envergadura para estrenar o reponer en apenas ¡cinco meses! Sin embargo, Marcelo Caballero pisa el acelerador esta semana con los regresos de ‘Lo quiero ya’ (el martes en el Paseo La Plaza) y ‘Matilda’ (desde el viernes en el Gran Rex). Y prepara el desembarco de dos “obrones” de Broadway, como los llama: ‘Legalmente rubia’ (en marzo en el Liceo) y ‘School of Rock’ (desde fines de mayo, también en el Rex).

Lejos de los paisajes serranos de su Córdoba natal y muy cerca del rumor de los foyers, la camaradería de los elencos y el calor del público, su verano transcurre entre ensayos y reuniones con equipos creativos. Lo de ‘Lo quiero ya’ reviste un carácter especial dado que la obra ganadora del Premio Hugo a Mejor musical off y Mejor dirección de musical off en 2018, inicia su séptima temporada (los martes a las 20.30, localidades por Plateanet).

“Volver a ella siempre es hermoso, y más en este momento porque es una propuesta que, si bien lo hace con mucho humor, pone sobre el escenario algunas cuestiones de salud mental que están muy en boga», explica.

-¿Escribirla fue hacer catarsis?

-Fue la manera que encontramos (con Martín Goldber, coautor del libro, y Juan Pablo Schapira, creador de la música) de sublimar muchas cosas personales que estábamos transitando. Eso, conjugado con la forma de vida de todo el equipo que estaba detrás del proyecto. ‘Lo quiero ya’ surgió de un proceso de investigación en el que nos encontrábamos para compartir lo que nos estaba pasando, y estrenamos con la certeza de que nadie la iba a entender; esa era la sensación. Sin embargo, nos sorprendió gratamente y hoy se sigue haciendo, acá y en otros países. Aquel mensaje se sigue replicando y hay otras voces dispuestas a hacerlo resonar.

-¿Qué era lo que les generaba duda?

-Por empezar, era la primera obra que yo escribía en tono de comedia. Venía de investigar por otros lugares, de escribir textos mucho más experimentales. Primero en Rosario, que es la ciudad donde crecí, y después en Buenos Aires, donde hice un trabajo sobre ‘Las relaciones peligrosas’, luego una versión de ‘Bodas de sangre’. Y de pronto apareció esto, que no tenía nada que ver con esos universos porque es una obra conceptual donde el hilo narrativo no es lo que une las doce historias que ocurren en paralelo. Las unen, en realidad, las emocionalidades, que son sumamente complejas y a veces imposibles de contener y de abordar, y que terminan tomando el volante de nuestras vidas. Hablo de los que sentimos ansiedad o depresión, que sufrimos las angustias, los miedos, la presión de deber ser. Todo lo que implica vivir en un mundo tan globalizado y exitista como el que habitamos.

PAC-MAN

Desde el inicio de aquel ejercicio creativo y sanador que terminó dando como resultado ‘Lo quiero ya’ hasta la actualidad, el contexto social se ha ido modificando (de prepo, incluso, a raíz de la pandemia). Ese cambio de escenario ha hecho que la obra se reafirme, entiende Caballero. «El marco cambió y a la vez nosotros crecimos y se fueron potenciando en nuestro interior todos esos sentires; pero también fuimos aprendiendo a convivir con ellos. No hay manera de decir ‘esto ya no forma parte de mí’ sino que sigue latente, a veces se apaga un poco o está más despierto, pero forma parte de uno. Es un fantasma que cada tanto te visita y te dice ‘te acordás de mí, acá estoy, vamos por otra vuelta’

«La puesta en escena -agrega- se construyó justamente sobre la idea de los fantasmas. Uno de los personajes dice: ‘Somos Pac-Mans encerrados en un laberinto, que todos los días tienen que salir a ganar la mayor cantidad de puntos, escapar de sus fantasmas y al otro día volver a empezar en un nivel aún más complicado’.»

-¿Qué sensación le produce volver a enfrentarse con la obra? ¿Lo alivia?

-Me ratifica que somos eso que estamos mostrando. Y creo que tomar conciencia de eso hace que uno pueda salirse del laberinto por un rato y acordarse que estamos dentro de un juego. Me aliviana burlar por unos minutos ese sistema de puntos y fantasmas que nos persigue. Claro que es un momento apenas, porque en definitiva somos seres sociales inmersos en este gran juego que a la vez que nos contiene nos obliga a seguir participando.

-¿Qué los animó a volver ahora, en un contexto de país tan complicado?

-Es una obra a la que siempre queremos regresar. Aunque es difícil de montar: son doce protagonistas, cuatro músicos y requerimientos técnicos y de espacio que la puesta demanda porque fue pensada desde las ganas de hacer, sin medir los costos ni las dificultades para poder trasladarla. Por eso, cuando se reúnen las energías como para volver consideramos que ese es el momento. Por fortuna, es una obra que desde el estreno en 2017 siempre se está haciendo. Acá es donde más tiempo estuvo en cartel, pero hizo también tres temporadas en Uruguay y otras tantas en Perú. En México se dio dos veces, y el año pasado se estrenó en Costa Rica. Ahora está proyectada en Panamá y, para 2025, en España. Siempre hay algo que nos hace acordar que esta obra existe y sigue vigente.

MUCHOS ROSTROS

Cerca de sesenta actores y actrices encarnaron en las sucesivas temporadas porteñas los doce personajes de la obra. En la rentrée de 2023, que comenzó con un horizonte de ocho funciones y se extendió por varios meses, el rol que menos cambios tuvo pasó por tres actores diferentes.

El elenco actual está conformado por Lucien Gilabert, Julián Pucheta, Estefanía Alati, Fede Fedele, Marta Mediavilla, Julián Rubino, Michelle Wiernik, Camila Ballarini, Renzo Morelli, Julieta Rapetta, Joaquín Catarineu y Lala Rossi. «Esto es teatro independiente. Poner una obra a funcionar requiere de un esfuerzo importante; entonces siempre se vuelve por un ratito. Probamos dos o tres meses, y si el público acompaña vamos estirando. Y es ahí cuando el elenco, ya comprometido con otros trabajos, empieza a cambiar», justifica el coautor y director general.

Si ‘Lo quiero ya’ lo ayudó a aventar sus fantasmas de joven adulto, ‘Matilda’ -dice- es un pasaje de regreso a su infancia. “No por la obra en sí misma sino por el contacto con los tres elencos de niños, en los que me veo reflejado. Empecé a actuar en teatro desde muy chico y descubro en ellos la inconsciencia que yo mismo tenía cuando disfrutaba de la fiesta en que se convierte cada función”.

De esa propuesta y de ‘Legalmente rubia’, que protagonizará Laurita Fernández, valora “la libertad con la que trabajamos, porque si bien el libro y la música vienen de afuera, todo el equipo creativo es argentino y la forma en que se desarrollan los proyectos hace pie en nuestra idiosincrasia”.

Lo de ‘School of Rock’ será la concreción de un mega musical que transitaba su proceso de ensayos cuando se declaró la pandemia y que, al cancelarse, dejó en todos los involucrados un sabor amargo. Estrenarlo le dará a Marcelo Caballero la oportunidad de volver a salir del laberinto por un rato para confirmar que la vida es un juego que vale la pena seguir jugando.

ttb2

«Tick, Tick… Boom!»: «Contamos algo universal»

por Solange Levington / TELAM

El musical autobiográfico del autor neoyorquino Jonathan Larson que en 2021 popularizó Netflix con la película que encabezó Andrew Garfield, se presenta los martes a las 20.30 en el Paseo La Plaza. Aborda «la angustia universal que aparece cuando sentimos que se acabó el tiempo para alcanzar nuestros sueños», destacó su director.

El director Ariel del Mastro, quien montó junto a Marcelo Caballero una versión local de «Tick, Tick… Boom!», el musical autobiográfico del autor neoyorquino Jonathan Larson que en 2021 popularizó Netflix con la película que encabezó Andrew Garfield, destacó que la puesta que se presenta los martes a las 20.30 en el Paseo La Plaza aborda «la angustia universal que aparece cuando sentimos que se acabó el tiempo para alcanzar nuestros sueños».

«Yo había visto que la película hablaba de la historia de un montón de gente que a los 30 años no sabe muy bien qué hacer y eso es algo universal», comentó Del Mastro, director de los espectáculos «Tini», «High School Musical» y «Cabaret», entre otros.

Al respecto, Marcelo Caballero, amigo y coequiper desde hace seis años, que escribió y actualmente también dirige el musical «Lo quiero ya» (que va los jueves en el Paseo La Plaza), agregó que al momento de elegir una obra se preguntan qué tiene la pieza para ofrecerle al público.

«Y si bien `Tick Tick Boom´ es la historia de un artista en crisis, también es la de cualquier persona que está buscando encontrarse«, apuntó sobre la obra cuya reversión local encabezan Federico Couts, Lucien Gilabert y Pedro Velázquez con Giuliana Sosa (piano), Juan Pablo Sosa (batería), Leandro Biera (guitarra), Fernando Oviedo (bajo) y Pedro Sosa (teclados).

Este musical autobiográfico invita a espiar la intimidad del proceso creativo de Jon Larson en la Nueva York de los 90, donde el SIDA era una epidemia y la homosexualidad aún seguía siendo un tabú.

Estrenada en el off Broadway en 1990, «Tick, Tick… Boom!» presenta a un Larson seis años antes del 25 de enero de 1996, cuando murió de un aneurisma antes del estreno de «Rent» la obra que lo coronaría como uno de los grandes compositores de la historia del teatro musical, que le valdría un premio Pulitzer y un Tony como mejor musical.

Tres décadas después, esa historia se convirtió en un filme dirigido por Lin-Manuel Miranda y protagonizado por Andrew Garfield que se estrenó por Netflix y recibió, entre otros galardones, dos Globos de Oro y dos Premios de la Crítica Cinematográfica de Nueva York, además de dos nominaciones al Oscar.

En medio de aquel furor, la pieza que había tenido una primera versión en la década pasada, desembarcó nuevamente en la Avenida Corrientes.

Del Mastro director de los espectculos Tini High School Musical y Cabaret entre otros
Del Mastro, director de los espectáculos «Tini», «High School Musical» y «Cabaret», entre otros.

«Fuimos la pistola más rápida del oeste -se ríe Caballero- porque hubo mil personas que corrieron atrás de los derechos de la obra después de la película y nosotros llegamos primeros».

En medio de las funciones de «Tick Tick Boom», que se presenta los martes a las 20.30 hasta el 30 de agosto, conversaron con Télam:

-Télam: ¿Cómo surgió el proyecto?

-Marcelo Caballero: 
Yo había visto la obra en Buenos Aires hacía mucho tiempo, en otro momento de mi vida, y no me había interpelado. Y cuando Lucien Gilabert me dijo «por qué no la hacemos» me puse a investigar y esta vez sí me sacudió porque tiene que ver con una charla recurrente con Ariel sobre los temas de los que nos interesa hablar en el teatro. Y si bien «Tick Tick Boom» aborda la crisis de un artista, también es la de cualquier persona que está buscando encontrarse.

-Ariel Del Mastro: Yo había visto la película y había un montón de cosas que me atravesaban: es una historia de artistas o de un montón de gente que a los 30 años no saben muy bien qué hacer. Es universal, así que me sentí muy identificado por montones de cosas de la vida de los artistas, a todos mis compañeros les pasa y me parecía muy interesante poderla contar.

-T.: ¿Cómo fue el proceso de adaptar la obra a un lenguaje y a una idiosincrasia más local?

-MC.:
 Para mí el teatro es la posibilidad de dialogar con gente que no nos conoce y me ocupa mucho cada vez que me cae una obra que no es mía poder adaptarla a mis contemporáneos. Además, el argentino que paga una entrada está buscando que le hablen, le muevan el ‘cuore’ un poco e irse diferente.

-ADM.: Si bien está claro que sucede allá, me parece que contamos algo universal, que eso que le sucede al personaje nos puede pasar a cualquiera. Hay muchos musicales que se extrapolan de afuera y quedan un poco lejanos, entonces cuando hicimos la adaptación tratamos mucho que haya algo en el lenguaje y forma de contarlo que sea nuestro.

-T.: ¿A ustedes qué les sucedió con el material?

-MC.: Me llevé la pregunta acerca de cómo se habita la crisis, cómo atravesar ese momento que es una oportunidad y al mismo tiempo te puede detener completamente y podés quedar estancado durante años hasta resolverla. Lo que trae esta obra es la noción de observar la crisis y entender que uno tiene que mantenerse en movimiento porque uno no sabe lo que está creando. Eso es lo más loco: Jonathan Larson murió sin saber que cambió la historia del teatro musical.

Tick Tick Boom se presenta en el Paseo La Plaza los martes a las 2030 hasta el 30 de agosto
«Tick Tick Boom» se presenta en el Paseo La Plaza los martes a las 20.30 hasta el 30 de agosto.

-T.: La obra está llenando todas las funciones, ¿cuál creen que es el atractivo?

-ADM.: 
Creo que hay muchos factores. El musical tiene un público pero ese público también se acaba. Tiene que ver con que haya sido una película de Netflix, que le dio una popularidad que, si no, quedaría solo para la gente del musical.

-T.: ¿Creen que la película sirve como impulsor de la obra o le temen a las comparaciones?

-MC.: 
Creo que tiene un foco diferente, entonces son dos formas distintas de cantar la misma canción. Vas a escuchar las mismas canciones, la misma historia, pero no atravesada por la misma gente ni hemos llegado a las mismas conclusiones de la película, porque para la sociedad en la que se pensó esa película, que es un éxito a nivel mundial, hay una impronta que tiene mucho que ver con Estados Unidos, en Nueva York de esa época y mucha referencia para el que conoce la ciudad. Esta hace más foco en lo individual y de la crisis a todo nivel no solo el personaje de Larson.

-ADM.: Además, las comparaciones van a existir siempre, a mí no me importan mucho porque el hecho teatral y el hecho cinematográfico no son comparables; son maravillosos los dos y cada uno tiene sus características. La película influyó un montón, la preventa debe tener que ver con la película. Después tiene que estar bien hecho. Pero que haya sido una película que le gustó a tanta gente y trascendió el gueto del teatro.

https://www.telam.com.ar/notas/202207/600165-del-mastro-version-broadway-tick-tick-boom.html

La nacion

Marcelo Caballero: un director para descubrir, con lenguaje propio para el nuevo teatro musical

por Gustavo Lladós / LA NACION

Un perfil del autor y director de Lo quiero ya, la obra que va por su cuarta temporada, es un éxito que adora el público más joven y se replica en distintas ciudades del mundo y del interior del país; además, acaba de sumar a su cosecha su primera comedia de texto: Somos nosotros.

Es uno de los mejores exponentes del nuevo teatro musical. Marcelo Caballero es actor, director de actores, autor y director, y en los últimos años ha ganado prestigio y renombre en la escena off, con espectáculos como Las relaciones peligrosas y Piano Blanco (que escribió y dirigió) y Raíces y David (que montó), amén de su trabajo interpretativo en el infantil Hora libre. También se fogueó en el circuito comercial, como asistente de dirección de los mega musicales Aladín y American Idiot. Hoy se destaca con Lo quiero ya, el musical de y para millennials que escribió y dirigió y que se puede ver todos los jueves en el Paseo La Plaza y, también, con la comedia de texto Somos nosotros, que escribió junto a Macarena Del Mastro y en la que se ocupó de la dirección de actores, que va de jueves a domingos, en el mismo teatro, y que trata sobre “cómo están constituidas las parejas hoy y qué sucede cuando aparece un tercero que nos genera algo, ya sea amor o calentura. De eso no se hablaba o se mantenía en privado, ahora lo vemos todos los días en televisión. Lo de la China Suárez con Mauro Icardi y Wanda Nara es sólo un ejemplo. Por eso me planteé una obra en la que los personajes actúan honestamente y se cuentan lo que les pasa, algo más de mi generación”.

“De chiquito mi primera meta fue ser nadador, pero en cuanto me zambullí en el teatro musical, y comprobé que tenía facilidad para cantar, bailar y actuar, mi vida cambió para siempre”, confiesa este cordobés de Villa María, pero formado en Rosario, donde estudió de los 11 a los 17 años la carrera de Teatro Musical para adolescentes en el famosísimo Teatro El Círculo. “Estar todo el tiempo dando vueltas dentro del teatro luego me llevó a la dirección, porque salía de una clase y me inmiscuía en los ensayos, veía las puestas de luces, el armado de las escenografías y todo lo que sucedía en el escenario. Hubo algo de ver la maquinaria detrás de un espectáculo que me movilizó. Lo que más me apasionaba era presenciar los montajes de las óperas, me parecían mágicos”, recuerda el artista de 36 años. No obstante, empezó dirigiendo teatro clásico (“aunque siempre dándole a la música un lugar muy importante en las puestas”), mucho Federico García Lorca, Roberto Art y Florencio Sánchez.Ads by

Luego, a los 19, impulsado por otra de sus pasiones –la política–, y como miembro de una organización no partidaria de derechos humanos, viajó tres meses a Roma y Berlín en un programa de intercambio “para gente que estuviese metida en organizaciones, pero con una fuerte incidencia artística”. Amén de la riqueza de la experiencia social en sí, aprovechó el tiempo para conocer la forma de trabajar en la Berliner Ensemble, compañía-ejemplo de que “el teatro musical alemán es uno de los más desarrollados del mundo y está acompañado por una industria muy fuerte. Ahí trabajaban las obras de Bertolt Brecht de una manera en la que ningún argentino se animaría a decir que eso es teatro musical, pero lo es. Para nosotros hacer Brecht es hacer teatro tradicional, por más que canten y tenga una convención más cercana al teatro musical. Esto fue una apertura de cabeza muy fuerte y de entender que si yo quería llegar a ese nivel de dimensión y competitividad, Rosario me iba a quedar chico”. Entonces se mudó a Buenos Aires.

Ya en la gran ciudad, su primer trabajo fue como actor en Barbie Live!, el show sobre la muñeca internacional que protagonizaba Liz Solari en el teatro Ópera. Después participó del infantil Hora libre y de muchísimas audiciones, hasta que Rubén Roberts lo invitó a ser el asistente de dirección de sus espectáculos infantiles. Así se fogueó en cuestiones coreográficas y de dirección de actores. “Luego se encendió la llama para volver a generar mis propios proyectos, como sucedía en Rosario, y encontrar mi propio lenguaje. Hay algo en el contar una historia en forma propia que siempre me ocupó la cabeza. En fin, la búsqueda de un estilo. De chico, cuando miraba una película con mi vieja, admiraba los estilos de Bob Fosse y Federico Fellini y me decía: qué maravilla sería poder hacer esto en el teatro, pero a mi manera, y que alguien diga: esto le pertenece a Marcelo Caballero, esto es de él. Después entendí que eso también sucedía en el teatro. Este sigue siendo mi mayor objetivo hoy en día, la concreción de un estilo propio, de ahí mi búsqueda permanente”, comenta.

Su primer intento en ese sentido fue Relaciones peligrosas, al que le siguió Bodas de sangre, “donde intenté que todo el mundo entienda la obra sin popularizarla, que fuera un vehículo para hablar con el público del amor, la familia, la traición y la muerte, y convertí las poesías de Lorca en canciones”. En ambos casos fue versionista de textos consagrados, el autor nacería recién con Lo quiero ya, el musical de culto que estrenó en el off en 2017 y que ahora acaba de comenzar su cuarta temporada, esta vez en el circuito comercial. “Este espectáculo marcó un antes y un después en mi carrera”, comenta Caballero. “Yo venía de golpear muchas puertas y de ver que no se abría ninguna, de dar clases un mismo día tanto en Moreno como en Chacarita, y de no llegar a fin de mes. No me estaba sucediendo eso de vivir de lo mío, hasta que, de repente, me llamaron para hacer en verano Tristán e Isolda (sobre la obra de Marco Antonio de la Parra) en Villa Carlos Paz. Por supuesto no venía nadie, a tal punto que salíamos a la calle a regalar las entradas. Pero un día salió una crítica en el diario La Voz que decía: “Por fin teatro de verdad en la Villa”. Ahí sentí que al menos una persona, un crítico teatral, me comprendía, entendía lo que yo quería contar. Eso no se tradujo en público, pero sí en nominaciones a los premios Carlos y en mucha visibilidad. Por eso me llamó Helena Tritek para hacer la asistencia de dirección de El diario de Ana Frank, con Ángela Torres como protagonista. Con Helena fue amor a primera vista y por eso trabajamos muy bien, pero ahí no terminó mi cambio de suerte. Luego la productora de la obra, Diana Fridman, me convocó para ser el asistente de dirección de Ariel Del Mastro, en American Idiot. Ahí empezó a rodar finalmente la rueda”, concluye.

A partir de entonces estableció una relación laboral intensa con Del Mastro, que tuvo un pico exponencial cuando adaptó la pieza Juegos a la hora de la siesta, de Roma Mahieu, para que el hijo de Nacha Guevara la dirigiera en formato musical (con el nombre acotado de Juegos), y que hoy se resume en que el reconocido director de Cabaret, Aladín, Eva, Peter Pan, Despertar de primavera y Tango feroz dirija su nuevo opus: Somos nosotros. “Para mí trabajar con Ariel es como una escuela, tiene una sensibilidad artística muy fuerte y entiende la técnica como una herramienta artística, por su pasado de iluminador no ve a una luz como algo que se prende y punto o como una cuestión de cablerío, sino como a un elemento que viene a contar algo o a completar el cuadro general. En fin, es un gran generador de lenguaje, por eso nos llevamos tan bien. Es un amigo y un maestro al mismo tiempo”, precisa.

¿Cómo surge, luego, el proyecto del musical Lo quiero ya?

–Surge en 2016, como un proyecto de amigos. Me contactó la actriz Lucien Gilabert (que hoy sigue integrando el elenco de la obra) y me dijo que con otros actores había pensado en mí para que escribiera y dirigiera algo. Me habla de la ansiedad, que era como el motor que los reunía, y ahí empiezo a recapitular todo aquello que contaba antes: lo de no encontrar el lugar, lo de las cosas que no se dan y de sentirme ahogado en la ciudad, una Buenos Aires que a veces no te ofrece las posibilidades de desarrollarte y crecer, pero a la vez te exige que tengas éxito. Mientras eso sucede, todos estamos desesperados buscando la manera de sobrevivir. Bueno, todo eso quedó plasmado en Lo quiero ya. Luego de tres meses de improvisaciones con el elenco, y de mucho estímulo, en los que reescribí muchísimo junto a Martín Goldber (el co-autor), llegamos a esto que es un musical conceptual, en el que la narrativa está en un segundo plano. Aquí lo más importante no es la historia sino cómo cada personaje se siente frente a la realidad que te comenté previamente. Todo se terminó de acomodar cuando apareció la alegoría del Pac-Man, la idea es que todos somos Pac-Mans en un laberinto, del que salimos todos los días para cazar la mayor cantidad de monedas posibles, escapando de nuestros fantasmas para volver a dormir y levantarnos al otro día para hacer exactamente lo mismo, sólo que en un nivel más complicado.

¿Le tuviste fe desde un principio a la obra? ¿Pensaste desde el vamos que lograrías semejante éxito y que duraría tantos años en cartel?

–No. El día del estreno pensé: esto no lo va a entender nadie. Creía que no iba a pasar nada con la obra y, es más, nos iban a decir: ¡ustedes están mal de la cabeza! Porque se trataba de un vómito con todas las cosas que nos aquejaban. Y no tenía un principio, un desarrollo y un final, sino que era un espectáculo conceptual. Sin embargo, empezamos a ver que el público se identificaba mucho con lo que pasaba en el escenario. Eso luego también pasó en otras latitudes, con otras versiones de la obra, pese a las diferencias idiosincráticas. Estaba claro que lo que nos pasaba a nosotros acá, en Buenos Aires, también estaba molestando en otros lugares del mundo.

En Lo quiero ya, Caballero comparte autoría con Martín Golber (libro), pero también con el prolífico Juan Pablo Schapira, responsable de las letras y la música. El nuevo elenco está integrado por Lucien Gilabert, Julián Rubino, Julián Pucheta, Elis García, Renzo Morelli, Karina Barda, Federico Fedele, Victoria Condomi, Pablo Turturiello, Luana Pascual, Lala Rossi, Julieta Rapetta, Camila Ballarini, Pedro Raimondi y Pilar Rodríguez Rey.

A lo largo de los años y de las distintas versiones, ¿cuánto se ha modificado el espectáculo?

Lo quiero ya se estrenó en 2017 en (la sala del off) El Galpón de Guevara. Desde entonces tuvo cuatro versiones en Buenos Aires, en las que la obra fue mutando y contó con distintos elencos. Nosotros fuimos creciendo con la obra y ella con nosotros. Lo que habíamos escrito para la primera versión tenía el peso de una persona de 30, ahora que ya tengo 36, la obra cobró otro sentido. Hay algo de ese dolor que genera el sistema que ahora cala más profundo y es más desesperante.

Pocos saben de la internacionalización de la obra. ¿Cómo se produjo?

–Todo empezó cuando en 2018 ganamos el premio Hugo en los rubros Mejor Musical Off y Mejor Dirección. Fue una enorme sorpresa para nosotros, para el medio y para la gente en general, que empezó a preguntarse: ¿qué es esto, qué es esta obra? Alertado por los comentarios y el “runrun”, un productor uruguayo vino a verla y decidió montarla en Montevideo. Allí fue un exitazo durante tres temporadas y ganó el Premio Florencio Sánchez al Mejor Musical. Luego, la filmación y posterior visión en la plataforma Teatrix también nos dio difusión en otros lugares del mundo. Por eso llegaron los pedidos para montar la obra en Bogotá, Guadalajara y Lima; y en breve se sumará otra versión en el Distrito Federal de México. Incluso llegó a hacerse una lectura de la obra en Nueva York con vistas a ser montada en algún teatro en español, pero la pandemia lo impidió. No obstante, la productora interesada –Escuchame, integrada por varios argentinos– decidió hacer una versión en concierto por streaming, aprovechando a los elencos de todas esas ciudades latinoamericanas e incluso, el de Rosario, que hizo su propia versión. Ese streaming fue muy emocionante, con 50 personas cantando al unísono todas las canciones. No me lo voy a olvidar jamás. Ahora la obra acaba de estrenarse con elenco y director propios en Mendoza y Córdoba, así que Lo quiero ya no sólo se ha internacionalizado sino que se ha convertido en una obra federal y eso me llena de muchísimo orgulloso. Está claro que la obra habla de lo que nos pasa a nosotros acá, en Buenos Aires, pero también de lo que molesta en otros lugares del mundo.

Captura de Pantalla 2022-04-16 a la(s) 18.30.03

La nueva dupla creativa goleadora del teatro musical local

por Leni Gonzalez / LA NACION

Marcelo Caballero y Juan Pablo Schapira, creadores de Lo quiero ya, multipremiado éxito del off, formaron una sociedad artística que se extiende a otros proyectos: ya con tres obras en cartel

Uno viene de Rosario, aunque nació en Córdoba; el otro, de General Roca, Río Negro. Uno, director; otro, músico; y ambos, por distintos caminos desde 2008, encontraron su lugar en el mundo teatral de Buenos Aires. Hasta que un día, alrededor de una mesa, los presentaron.

«Marcelo Caballero, vas a ocuparte de la dirección, y vos, Juan Pablo Schapira, de la música. Nos gusta lo que hacen y por eso los llamamos», dijeron Nahuel Quimey Villarreal y Lucien Gilabert, los voceros de la primera camada de egresados de CAST, el Centro Artístico de Selección de Talentos de Telefe, con ganas de llevar a cabo un proyecto musical con la impronta de artistas que admiraban. La única consigna era que hablara de la ansiedad y la locura cotidiana por «llegar».Ads by

«A nuestro juego nos llamaron, somos enfermos de ansiedad, no podemos parar», dicen Caballero y Schapira al recordar aquel inicio inesperado que dio comienzo a Lo quiero ya, el musical estrenado en 2017 y que sigue, ya en tercera temporada, siempre en El Galpón de Guevara, después de ganar el año pasado los premios Hugo a mejor musical off y mejor dirección en musical off. Y el éxito de público que conoce de memoria a la docena de personajes y sube a Instagram videos en la calle cantando «No quiero estar acá, me sigo metiendo con cosas que no voy a continuar/, no quiero estar acá, preferiría estar muriendo lentamente atropellada por un tren pero no acá, ¿me entendés?/ Seguro a vos te pasa lo mismo», el himno de protesta millennial que esta dupla creativa supo encontrar en una forma de trabajo común.

«Lo quiero ya habla de nosotros, de lo que nos pasa, es el grito de ‘¡todo está mal!’ que sentimos ante la vida. Pusimos adelante a las personas que cada vez están más solas, con sus celulares, pero como perdidas», dice Caballero quien reconoce que, después de pasar por budismo, yoga y variadas terapias alternativas, fue en el teatro donde descubrió no las respuestas pero si el modo de «descansar en las preguntas». Para «Chapa», como lo llaman todos, uno siempre vuelve adonde se siente bien. «Y los ensayos son un momento de creatividad al tope donde hay propuestas de los actores, del director, de los músicos, de cada parte y se prueba y de ahí sale, es un rompecabezas en el que cada pieza se va acomodando al todo», explica el pianista que vive -igual que el director- en estado de ebullición: «Escribimos en la calle. Te juro que la letra de ‘No quiero estar acá’ me salió de un tirón, por la calle, llegué y la probé en el piano. Cuando algo te baja así, tenés que confiar en esa versión, siempre es la que queda».

Aunque la anécdota ya la contaron varias veces, todavía a Caballero le sorprende acordarse de que cuando vio el primer ensayo general, temió que nadie entendiera nada, un miedo que se borró muy pronto. «También yo tengo miedo. Cada vez que Marcelo me pide una canción, me muero de miedo», dice el músico y la respuesta no tarda en llegar: «Chapa siempre propone y, como también es actor, sabe qué ritmo es necesario. Y es tan teatral para escribir que ha pasado que sus canciones crearon escenas, es decir, trae algo y a partir de eso surge la acción. El libro nunca es la autoridad, trabajamos por partes y a partir de distintas iniciativas».

Pero se consolidaron como dupla creativa. Además de continuar con Lo quiero ya (del elenco original quedan solo cinco nombres: Schapira, Gilabert, Quimey, Vicky Cáceres y Macarena Forrester), estrenaron el unipersonal Piano blanco, interpretado por Gimena González como Marilyn Monroe. «Empezamos Gimena y yo, coincidimos en el interés por Marilyn, y lo sumé a Chapa que rápidamente comprendió al personaje para componer la música y canciones», dice el director y Schapira agrega: «Usamos nuestras experiencias personales para las letras, tuvimos mucha empatía con el mundo interior de esta mujer».

Si bien ambos reconocen influencias comunes, no recorrieron los mismos caminos. Schapira cursó Comunicación Social en la UBA mientras que estudió música y actuación con distintos profesores desde chico: «Era una especie de Alejandro Lerner, un baladista romántico, siempre se me dio por ahí. Me gusta experimentar con los instrumentos como si fueran juguetes». Por otro lado, Caballero se formó en comedia musical en Rosario, estudió un tiempo en Berlín (donde, dice, cambió su visión de las artes escénicas) y ya en Buenos Aires, consiguió su primer trabajo como actor en Barbie live!, con Liz Solari, en el Ópera. A partir de ahí, se sucedieron varios papeles en el teatro comercial pero no en escena sino como director de actores y asistente de dirección: «Ariel del Mastro, con quien trabajé en Aladin y American Idiot, es un maestro para mí, alguien que me obliga, en el buen sentido, a entender el juego». En paralelo a este rumbo, su otra pasión es el teatro clásico. Su versión musical de Bodas de sangre estuvo tres años en cartel en El Método Kairós.

A su vez, Schapira pasó por dos Bienales de Arte joven, ambas con otro socio creativo, el autor Ignacio Olivera, con quien hizo Caso de éxito (premio Hugo a mejor musical off 2016) y Mamá está más chiquita, ambas dirigidas por Marcelo Albamonte (aún en cartel). Además de muchos otros trabajos como la dirección musical de Hotel Neurotik, dirigida por Gonzalo Castagnino.

«No creo en las diferencias entre musical y teatro de texto con música. Es teatro y punto y depende del lenguaje de cada director. La música es un actor más», dice Caballero y advierte que en Lo quiero ya no todos cantan: «Hay cuatro actores que no tienen formación musical pero se acoplaron a los ensayos y entendieron el código. En el caos, surge un orden».

La otra tarea del dúo, junto con Martín Goldber, es la dirección, desde el año pasado, de «Elenco original», un taller que integra el Laboratorio creativo de teatro musical, coordinado por Caballero en El Galpón de Guevara desde hace diez años. De esa usina surgieron, por ahora, dos obras armadas de principio a fin por el grupo: La población, que se estrenó en el Cultural Freire, y El herrero y el diablo, a partir de diciembre en El Galpón.

«Este es un gran momento del musical en el país. Hay que profundizar la mirada hacia adentro, ver nuestros problemas, nuestra manera de decir, tenemos las herramientas», dicen ambos, ansiosos, inquietos, sin techo para imaginar cuerpos que cuentan con letra y música.

https://www.lanacion.com.ar/espectaculos/teatro/la-nueva-dupla-creativa-goleadora-del-teatro-musical-local-nid2287410/

LALA

Entrevista a Marcelo Caballero y Lala Rossi

por Diego Avalos / A SALA LLENA

Lo quiero ya! obtuvo en la última entrega de los premios Hugo al teatro musical dos importantes estatuillas de sus siete nominaciones: Mejor Musical Off y Mejor Director Off.  Pocos días antes, A Sala Llena tuvo un encuentro con su creador y una de sus protagonistas. En una charla donde sobrevolaron ansiedades, risas y reflexiones, pudimos acercarnos a una de las propuestas musicales más originales de la temporada. Una obra con una mirada tan dura como divertida de unos tiempos tan virtuales como reales.

¿Cómo empezó a gestarse Lo quiero ya!?

Marcelo: Empezó de las ganas de juntarse entre amigos para hacer un proyecto. El elenco que protagonizó el año pasado había hecho el Cast Telefé y tenían ganas de hacer algo juntos, así que llamaron a un equipo externo a ellos para hacerlo. Ahí entramos en la jugada Marina Paiz en coreografía, Juan Pablo Schapira en la música y letras y yo en la dirección.  No nos conocíamos entre nosotros, fue como una unión mágica, los mismos chicos del elenco nos fueron recomendando. Nosotros después sumamos a Martín Goldber para que nos ayudara con el libro. Hicimos la primera temporada y tuvo una muy buena aceptación. Continuamos con la obra y con la continuidad vinieron muchos cambios, reestructuraciones,  ajustes, mucho ensayo y mucho tiempo. Y eso mismo nos empujó a cambiar el elenco. Ahora es la tercera temporada.

Cuando se juntaron, ¿por qué eligieron el tema que tratan con la obra y no cualquier otro?

Marcelo: El elenco original tenía desde el comienzo la idea de hablar de la ansiedad. Nosotros nos sentamos a investigar y a jugar con ellos, indagamos en sus preguntas, en sus inquietudes. Y  en ese proceso nos encontramos que coordinar ensayos era imposible, que llegar a horario era complicado, que encontrarnos para escribir era quijotesco. Dijimos: “Bueno, el germen está ahí, en cómo vivimos en esta ciudad, donde todo es complicación, donde hay muchas ventanas abiertas al mismo tiempo y alcanzar cualquiera es toda una aventura.” Vos pensá que yo vengo del interior. Soy cordobés,  viví mucho en Rosario y hace diez años que vivo acá. Y me vine con sueños simples que se me fueron complejizando, con objetivos básicos que cada vez fueron más grandes. Y de golpe te encontrás con siete trabajos al mismo tiempo, corriendo para dar clases, con otro mundo del que te habías imaginado.

¿Vos viniste a Buenos Aires para ser actor o director?

Marcelo: Vine en la búsqueda. Yo había dirigido en Rosario pero también actuaba. Estaba entre las dos cosas. Fue el mismo devenir de las actividades y de los proyectos el que me fue inclinando más para la dirección. Aunque cuando un proyecto me gusta mucho, voy y actúo, hago mi apuesta. Pero la dirección es lo que amo y lo que más me gusta hacer. Es donde me siento más cómodo.

¿Por qué fueron modificando tanto de una temporada a otra?

Marcelo: Es una obra coral. Entonces empezamos primero a delinear los personajes y los personajes nos fueron pidiendo más, nos fueron exigiendo. Y eso hizo que la obra se ramificara tanto que en un momento hubo que acotarla para que contara nuestra idea primaria. No queríamos dejar una moraleja, pero sí que estés en la butaca y te digas: “Ah, bueno, así vivo…” La obra busca eso. No te enseñamos nada porque no creemos que haya nada que enseñar. No creemos que haya una forma de escapar de la vida en la gran ciudad. Creo que individualmente uno puede encontrar sus formas de fuga de esta realidad en la que estamos casi de manera obligada. Pero escape real, no hay.

Lo quiero ya! es la historia de 12 personas sumergidas en la rutina enloquecedora de una gran ciudad. Estas personas tienen algo en común: una conexión que bordea lo obsesivo con sus celulares. En ellos hay una aplicación desde la cual una suerte de asistente personal  les dice que tienen que hacer y decir para poder alcanzar sus metas y soportar la presión diaria. El día que el asistente desaparece la contención se cae. ¿Cómo sobrevivir al mundo y a uno mismo en medio de una desesperación cada vez más creciente? Así se convierte Lo quiero ya! en un grito por una necesaria y descontrolada liberación.

La obra es como un friso, como una gran pintura. Se cuenta al mismo tiempo la vida de varios personajes pero la cuestión pasa menos por la evolución de una historia que por la mostración de un estado angustiante.

Marcelo: A mí me sucede que tengo una conexión mucho más fuerte con el teatro conceptual que con el teatro narrativo. Me gustan más esas ideas. Y si bien hice teatro narrativo, aún cuando lo haga manejo más procedimientos de teatro conceptual. Por ejemplo, me gustan los actores en escena todo el tiempo, me gusta el trabajo constante del actor. Me gusta que se vea la fábrica, que se vea el teatro. Que la fantasía se termine de contar a través del ambiente que elegimos para contar la historia, no solamente por la historia misma. Me fascina la tramoya. En Lo quiero ya! cuando terminamos de escribir el libro, esa idea de estar todo el tiempo en escena, del laberinto y del juego, no estaban. Pero el devenir de la obra lo fue pidiendo. Era la forma más clara de contar la locura de la ciudad. Es el Pac-Man que armamos con la escenógrafa como metáfora de lo que es vivir en una ciudad: sos un bicho que corre comiendo todo el tiempo y que escapa de fantasmas, que no sabés que buscás y lo único que conseguís cuando terminaste de comer es pasar a otra pantalla exactamente igual, con los mismos fantasmas, un poco más complicada, pero que no tiene salida, que no te lleva a ningún lado, que no te da ningún premio. ¿Dónde estamos yendo? Así es como terminamos poniendo a los 12 actores corriendo sin parar, alcanzando objetivos, escapando de sus propios fantasmas, y llegando al final del día queriendo explotar. Sabiendo por supuesto que al otro día se van a levantar para volver a repetir toda esa misma locura.

Cualquiera que escuche esto puede decir: “Estos no son artistas, son empleados de fábrica que trabajan catorce horas seguidas”. ¿Vos Lala te reconocés en esa misma problemática de la angustia y la ciudad?

Lala: Me reconozco, claro. Hoy día trabajo de lo que amo. Antes no. Y me reconozco en los dos lados. No es que termina la angustia por hacer lo que uno quiere. Yo soy una apasionada de lo que hago, pero en el ritmo y en la neurosis eso no cambia. Es más, se intensifica, me vuelvo mucho más exigente con las cosas que hago. Quiero que salga excelente, y por eso es más alta la exigencia.

Entonces en hacer lo que a uno le gusta tampoco es la felicidad.

Lala: No sé qué es la felicidad… (piensa y de pronto se ríe) La chica se ponía existencialista (risas). Pero hay un cambio. Hay un sentido de la vida. Es subjetivo, pero a mí me sucedió. De todas maneras hay un modo de llevarlo a cabo que sigue siendo el mismo laberinto, pero con carita de teatro en vez de con caritas de perfume, que era lo que vendía antes.

¿Es tan angustiante dedicarse a lo que a uno le gusta?

Marcelo: Lo que es angustiante es el lugar donde lo hacemos. La ciudad. El sistema. Es como elegimos vivir, como estamos tan desorganizados. Yo particularmente creo que somos tantos queriendo alcanzar objetivos, que sin querer terminamos poniéndoles ruedas a los de al lado. Y terminamos siendo su fantasma. Es la presión del éxito. Esa palabra que la tenemos tan metida en la cabeza como objetivo principal y de alguna manera, en mayor o menor grado, lo terminamos tomando como propio. Así solamente está bien lo que el otro está haciendo y eso termina contaminando tu propio deseo, lo hace mutar, lo vuelve otra cosa por la que hacemos incluso todo lo que no nos conviene.

¿Y hay otra manera?

Marcelo: No lo sé. Creo que hay formas de escapar cada tanto y de salirte de tu vida para mirarla un poco de lejos. Eso trato de hacer yo por lo menos.  Me aíslo para después poder volver al juego un poco más descargado. Es decir, tengo que seguir, no queda otra. Y ese es el momento más angustiante, cuando uno se encuentra con esa realidad. Y la acepta. Tengo que salir a jugar y matarme por esos papelitos que necesito para comprar comida, no tengo otra. Sigo en el Monopoly. O en El estanciero, para ser más argento. Eso es Lo quiero ya! Hacerlo lo más rápido posible para que te afecte lo menos posible.

Lala observa a Marcelo con suma atención. Asiente con cada una de sus palabras, susurra por lo bajo sus afirmaciones. Es una actriz totalmente compenetrada con su trabajo, con la obra y su director. La pasión teatral gira en el aire. Las risas no hacen menos serio el sentir de cada frase.

¿Vos Lala viste la primera versión?

Lala: Si, dos veces. Y me encantó. Me atravesó mucho la obra. Y la verdad es que no soy público concurrente de las obras musicales. Pero con esta obra me pasó que lloré, me reí, me atrevesó. Y para mí el teatro te transforma cuando te atraviesa. Cuando salgo de la sala y siento que no soy la misma. Recuerdo haberle dicho a Marcelo que sentía que le iba a ir muy bien a la obra, que era muy necesaria. Pero jamás se me hubiera ocurrido que iba a estar ahí dentro. Cuando me llamó Marcelo fue una gran sorpresa. Y un gran desafío. Nunca había estado en una obra musical. En el proceso del ensayo soñaba, tenía pesadillas con que no iba a poder. Fue todo muy nuevo.  Estar pendiente de cuando entra la música, estar pendiente de las coreografías, estar pendiente de muchas más cosas de las que yo estaba acostumbrada.

Marcelo: Contá del primer ensayo.

Lala: El primer ensayo estábamos montando la coreografía y hacemos un corte. En eso viene una persona y me dice: “Tené cuidado porque acá nos estamos chocando”. Okey, okey, le digo, muy tímida. Y al ratito viene otra persona y me dice: “Che, escuchame, ojo en la coreo porque vos tendrías que agarrar por acá…” Y seguía. Llegó un momento en que me dije: “Basta, yo tengo que blanquear esto”. Y los reuní a todos y les dije: “Chicos, es la primera coreografía que hago en mi vida”. Todos se me quedaron mirando. Silencio mortal. Y después empiezan a decir: “¡Ah, ok, ok!” Pasé a ser la contenida del grupo. (Risas) Pero bueno, yo estoy asombrada de haber logrado todo lo que hice. Y de repente descubrir algo que me gusta. Y que no lo sabía.

¿Y vos por que la llamaste?

Marcelo: Yo creo que es un musical para actores. No lo pensamos nunca como un espectáculo virtuoso ni de canto ni de danza. Si tiene mucha música y coreos, pero que en realidad son lenguajes para poder contar lo que a ellos les está pasando. Los personajes están alienados, y todo eso se cuenta a partir de un actor que entiende lo que tiene que hacer. Todos en el elenco son gente que canta y baila muy bien, pero por sobretodo son actores. Y aunque este fuera el primer musical de Lala, yo la llamé porque sabía que me iba a poder representar como nadie la locura del personaje de Giselle. Estábamos con Martin Goldber, el coautor, y, literalmente, dijimos: “¿Quién para Giselle?” Nos miramos y la llamamos a Lala al momento. Yo a ella la conozco desde que hicimos Bodas de sangre. Es una actriz con la que yo disfruto mucho laburar. Primero porque nos entendemos… (Mira a Lala) Ahora no te ponga a llorar.

Lala: (Con los ojos húmedos) Bueno, si, perdón… (Risas)

Marcelo: Es una actriz muy generosa. Ella te da, te da, te da, y vos tenés para elegir. Como director entonces es muy sencillo trabajar con actores que no dejan de ofrecerte, que no tienen puesto el ego en el lugar del brillo, sino en la obra, en su personaje y en el conjunto.

Igual Lala, en todo el conjunto, destaca sola.

Marcelo: Si, claro.

Lala: Basta. Basta. Me da vergüenza…

 ¿Qué prejuicio te sacaste del musical?

Lala: Yo no soy prejuiciosa. Pero si que encontré cosas diferentes. Por ejemplo, con el musical gané mucha energía positiva. En el teatro de prosa hay algo más existencialista, que yo lo tengo, y que me hago cargo. Algo más denso, más grave. Y en el musical eso existe, pero también hay como un brillo especial, como una energía más para arriba, más a pecho. Y eso me encantó.  Yo creí que eso era superficial. Y no lo es, en absoluto. Ese fue un prejuicio que me saqué. Vos pensá que mi obra favorita es Relojero de Discepolo. Yo necesito un libro que ya de leerlo diga: “Ufff, me mató”. Y esto a mi me mata, me conmueve, y al mismo tiempo no es un tango.

¿Para vos hay diferencia entre el musical y el teatro?

Marcelo: Para mí es teatro, que sé yo. Es como un subgénero, como hacer drama o comedia o tragedia o comedia musical. Es un género más. Yo no veo esa diferencia. Sí por supuesto a la hora de hacer, porque tiene encares diferentes, lenguajes diferentes. Pero no hay otra diferencia. Las diferencias están en cada director, en lo que tiene de lenguaje personal, en su forma de contar, en cómo pone en escena. Uno de mis directores preferidos es Ivo Van Hove, que te hace de Las brujas de Salem a Lazarus, el musical de David Bowie. Y con lo que hace cala siempre profundo. Por eso, no creo que haya diferencias. Para mi tiene que ver más con el prejuicio, pero un prejuicio de afuera. Ese público que en un musical pregunta: “¿Por qué se ponen a cantar?” En vez de dejarse atravesar por algo. Y puede que lo experimentes y no te suceda nada, como hay gente que el ballet no le provoca nada.

Lala: El teatro es muy personal.

Marcelo: Es una impresión y está bueno que así sea. Está buena la convivencia. Hay óperas que depende de cómo esté hecha la puesta en escena te pasa todo o no te pasa nada. No hay que poner el peso en el género.

Lala: Si, pero el mito teatral dice lo contrario. Eso existe.

Marcelo: Si, se lo creyó al musical como un género menor durante mucho tiempo.

Sucede que hay muchos musicales con libros muy interesantes que en vez de dar mayor preponderancia a los aspectos emotivos o de transformación de sus personajes, apuestan más a la destreza en el baile o en el canto.

Marcelo: Si, pero eso tiene que ver con la mirada de cada director, y que importancia le da a cada cosa. Hay espectáculos que la podés pasar maravillosamente bien y no te dejan nada. Y hay obras que te parten la cabeza. A mi uno de los espectáculos que más me movilizó fue La cuna vacía de Omar Pachecho. ¿Y dentro de qué género lo enmarcas? ¿Qué es eso? Son montones de áreas unidas con un objetivo. El autor sabrá lo que es. Pero para mí no es un condicionante.

Pero si vos ves un musical donde hay un actor sin un compromiso emotivo, ¿te quedás afuera? ¿Cómo director lo permitís?

¡No! Me ido reputeando de musicales, gritando: “¡¿Quién fue el que estuvo al frente de esto?!” Es cierto que existe la deformación profesional, te sentás y solo pensás en procedimientos. Preguntarse cómo una persona llegó a algo así. ¿Por qué? A veces esas respuestas las encontrás y son muy tristes.

Lala: Para mí lo importante es ver en el actor, en el género que sea, lo visceral. El cuerpo apasionado.  Lo que me encanta de Lo quiero ya! es que si algo pongo es el cuerpo, todo el tiempo. Una continuidad, una música interna que está siempre encendida. Lo hermoso del teatro para mi es ver actores viscerales, en el género que sea. Poner el cuerpo, ponerse en riesgo. Lo correcto puede ser hermoso, pero a mí no me modifica. Y Lo quiero ya! en ese sentido me parece cero correcto.

Marcelo: Es cierto, el equipo entero se lanza en una búsqueda constante. Todo el tiempo estamos modificando, ajustando, y la energía de todo el grupo va hacia ese lugar. Eso nos alimenta, esa búsqueda quizás sea lo que nos evita la trampa de correr y de ser jugadores todo el tiempo.

Marcelo tiene una forma de expresarse muy segura y a la vez muy cálida. Tiene ideas firmes, pero las expresa con mucha delicadeza y buen humor. Es comprensible porque su elenco lo aprecia tanto, se ve en él a un verdadero líder positivo.

¿Cómo es Marcelo como director?

Lala: Tiene una disciplina del trabajo que amo. Los ensayos son de tal a tal hora, esto es lo que te tenés que aprender. Es exigente, no te deja pasar ninguna. Y eso lo agradezco, porque te hace estar en una búsqueda constante. Por eso todo el elenco está así también. Nunca va a decir: “Bueno listo, este es el techo”. No. Siempre vamos por más. Y yo soy así con mi trabajo a la hora de encarar un proyecto. Por eso creo que me encontré con un espejo en ese sentido. Y me encanta. Porque también es generoso. Te va a decir lo que está bien y lo que hay que modificar. Es un director con todas las letras.

Suena sano.

Lala: Si, olvidate. Todo es en pos de la obra y de tu crecimiento como actriz. Jamás pero jamás, y hace años que lo conozco, es capaz de indagar en un lugar molesto o doloroso de tu persona. El mundo teatral es un poco hostil. Pero en este caso no. Puro crecimiento desde un lugar de exigencia sana, que es para mí la mejor manera de crecer.

Marcelo: Algo que yo agradezco mucho al equipo es aceptar que nunca terminamos de entender bien la obra. Y eso es hermoso. Nos permitimos cambiar, agregar, sacar, correr. Decir: “Si, es esto lo que queremos contar, pero la obra tiene dos años, es un bebé, apenas si sabe caminar. Hay que seguir creciendo”. Y el elenco lo entiende, nos acompaña.

 ¿Y cuál es la devolución de la gente?

Marcelo: Nos sorprendió mucho. Nunca creímos que la gente nos iba a decir: “Me reí, lloré y me estoy yendo con una nube de ideas en la cabeza, no puedo dejar de pensar lo mal que estamos viviendo”. Hubo un chico que se me acercó y me dijo: “Estamos re locos, estamos muy mal de la cabeza y no nos damos cuenta”. Es el premio más grande que nos llevamos con la obra. Pensá que el foco fue pasarla bien con amigos, con gente que teníamos ganas de trabajar, y ya vamos más de 40 funciones, en poco más de un año, y pasan estas cosas, funciona el boca a boca y viene gente que la ve una y otra vez, ¡hasta nos mandan videos cantando nuestras canciones! Es hermoso, la gente se atraviesa con lo que uno hace, y  eso se convierte en el alivio que uno necesita.

¿Y con la gente grande? Porque la obra es muy generacional.

Marcelo: Yo tengo un grupo de alumnos adultos mayores, y uno de ellos me dijo: “La verdad no me identifico con lo que pasa, pero sí me voy preguntando qué fue lo que hicimos mal para que nuestros hijos vivan de esta manera”.

Lala: Guau… Patada en el pecho

Marcelo: Si. Eso fue un montón.

Lala: Todo este mundo de las redes sociales es muy loco. Una vez una amiga me dijo: “Empecé a subir cosas malas. ¿Qué pasa? ¿Son todos felices?” No hay lugar para la constipación emocional. Es un lugar careta, nadie tiene un mal día, todo es perfecto. De hecho está comprobado que hay gente que ingresa a las redes y empieza a deprimirse al comparar su vida con las del resto. Es todo mentira, pero uno se la cree. Nuestros personajes se lo creen. Y por eso están tan atrapados.

¿Y que los diferencia a ustedes de los personajes? Ellos corren todo el día y son unos desgraciados, ni siquiera tienen un momento de tranquilidad.

Marcelo: Yo creo que están corridos en sus necesidades, en sus objetivos, en sus ganas. La vida los empujó done no quieren estar. Nosotros queremos estar acá.

Lala: Si, es cierto.

Marcelo: Nosotros queremos estar haciendo esto, aunque esto nos conlleve algunas angustias, algunas tristezas, algunos movimientos en falso.

Lala: Es como dice la canción final que cantan todos los personajes: “No quiero estar acá”.

Marcelo: Claro, los personajes no quieren estar ahí. Ellos están trabajando en trabajos que no los hacen felices. Quieren abarcar lo más posible para alcanzar el ideal de felicidad. Y no pueden. Es un espejismo.

Quizás ellos no lo sepan, pero con la misma obra están dando una posible solución. Por más de una hora un grupo de personas se reúne en un lugar tan especial como es un teatro y logran olvidarse del afuera, del ego y del celular. Muchas personas que pueden emocionarse por el dolor ajeno, reírse con libertad, disfrutar de buena música y soñar teatro. Compartir, conmoverse, estar. ¿No es eso la felicidad?

¿Qué les gusta del teatro chicos? 

Lala: Lo increíble del teatro es que es de las pocas cosas que se generan en vivo y en directo, ahí, delante de tuyo, todo lo que está pasando está ahí, para vos, en ese momento.  Es hermoso. Hay que vivir haciendo teatro.

Marcelo: La otra vez vi Christiane de Belen Pascualini, que es una obra hermosa, y al final ella dice: “Gracias por compartir este secreto conmigo”. Eso es el teatro. Un secreto que se comparte entre los que están, algo  que sucede solamente en ese momento. Una realidad sin edición, sin filtros. Algo que solamente sucede.

https://www.asalallena.com.ar/teatro/entrevista-marcelo-caballero-lala-rossi-diego-avalos/