por Monica Berman / LA MAQUINA DE ESCRIBIR
¿Por dónde empezar? Todo inicio es necesariamente arbitrario. Todo recorte, uno entre múltiples recortes.Asociamos, no nos queda otra, con aquello que nos tocó, que nos resulta significativo.
Entonces elijo: “No va a venir. Son mentiras lo de la enfermedad y que va a tardar unos meses, eso me dijo la tía, pero yo sé que no va a venir. A vos te lo puedo decir porque vos entendés las cosas” primeras oraciones de Conejo, el maravilloso cuento de Abelardo Castillo que le da la voz a un niño; a través suyo nos enteramos de una serie de cosas del mundo de los adultos que, realmente, no querríamos que existiesen.
Aproximadamente unos quince años después se estrena Juegos a la hora de la siesta de Roma Mahieu…mientras los adultos duermen, los niños juegan y reproducen lo que ven y procesan como pueden lo que viven.
También se puede empezar por otro lado ¿qué tematizan los musicales? ¿se puede generalizar rasgos de su dramaturgia en términos estadísticos? ¿qué imaginario de los musicales construyen los que no son espectadores de musicales? Ay, cuántas dilaciones, qué preguntas inútiles…
Se podría, por ejemplo, hacer una especie de genealogía de lo que dirigió Ariel Del Mastro y veríamos coherencia y cohesión.
Vamos a decirlo tímidamente hay tanto musical con dramaturgia tan flojita (y no es una referencia a lo vernáculo) que cuando en el género se juegan dan muchas ganas de festejarlo.
Pero digamos más: toda puesta en escena es una transposición con respecto a un texto dramático pero en este caso, además, hay una adaptación (brillante) que lleva el cambio de género a una propuesta fascinante.
Ahora sí, en el centro una plataforma circular inclinada. Por debajo algo así como ¿aserrín? (mmm, sin certeza) un elemento volátil, sin duda, que se adhiere a las superficies y que se desparrama con facilidad. Notable metáfora de la puesta. Algo así como una síntesis de lo que vendrá. La imposibilidad del equilibrio, la ausencia de la estabilidad, un soplo apenas dilapida en el espacio lo que estaba concentrado. La infancia es un poco así.
La adaptación logra eludir lo que podría devenir fácilmente en posición panfletaria. El protagonismo de los intérpretes de manera sucesiva, cuando se hacen cargo de las canciones reparten algo más que las voces, diseminan el punto de vista, la focalización, las perspectivas.
Los desplazamientos colectivos e individuales sobre el eje escenográfico proponen un reparto del espacio en sentido literal pero también figurado (Alonso corriendo alrededor del círculo cuando ya no lo controlan, es un ejemplo delicioso de esto).
Los intérpretes tienen un nivel muy parejo y cada uno tiene su momento de lucimiento tanto como cantantes como en su trabajo de actores. La escena de la caja con un gorrión invisible al que todos percibimos como real, los gestos, los miedos, los exabruptos… son casi una lección de estos jóvenes (pero en absoluto inexpertos) actores.
La letra y la música de las canciones, la interpretación de las mismas (algunas de una belleza inefable)…
Es cierto que la obra de Mahieu es emblemática por una serie de circunstancias, Juegos, en su versión musical es emblemática por su calidad.
No es el texto verbal el que relata sino todo: hasta las rodilleras que, en las antípodas de una versión realista, señala el riesgo de los movimientos desde un principio.
Podría escribirse largamente, porque la cantidad de signos que se ponen en juego son profundamente interesantes pero dejemos algo de sorpresa para los espectadores. Eso sí, digamos que el primer final (porque hay otro, de los actores, no de los personajes) se inscribe a partir de la dramaturgia de iluminación de un modo tan potente que huelgan las palabras.
Se agradece una puesta inteligente, con un trabajo de adaptación notable, con intérpretes a la altura de las circunstancias…